Teología infantil

No se trata de las experiencias sino de las creencias

Edgardo Muñoz

Daniel 6.23 concluye en que el profeta salió ileso del foso de los leones debido a su confianza. Salió de aquel oscuro lugar sin raspón alguno mientras que sus acusadores cayeron para no levantarse más. El mismo foso, los mismos leones, pero distintos protagonistas. ¿Qué hace que de dos personas que enfrentan la misma pérdida, trauma o vivencia, una termine más aferrada al Señor y la otra se aparte del camino? La misma razón que marcó la diferencia entre Daniel y sus enemigos.

Cuando oímos la historia de alguien que abandona la fe, brota de nuestros labios la típica pregunta acerca de lo que le ocurrió para llegar a semejante determinación. Sin embargo, formulamos un interrogante inadecuado ya que, seguramente el apóstata experimentó lo que cualquier otra persona en el mundo debe enfrentar en la vida. No se trata de lo que se vivió, sino del significado que lo enfrentado tuvo para cada individuo, y esto a su vez, como consecuencia de lo que el damnificado creía en el momento de la experiencia.

El Dr. Daniel López Rosetti repite hasta el cansancio en sus libros que: “No se trata de lo que pasa, sino de lo que uno cree que pasa”. Esta gran verdad se alía a lo que Daniel propone en su capítulo 6. La confianza de Daniel lo mantuvo ileso en aquel foso. La palabra griega: “pistis”, se traduce como creer, tener fe, confiar y hasta ser fiel. Se podría describir la fe como una sucesión de consecuencias: Si no creemos no podemos confiar… y si no confiamos no podemos ser fieles.

De esta manera afirmamos que las experiencias desagradables de la vida poseen el mismo potencial, tanto para acercarnos al Señor como para alejarnos, todo depende de lo que creíamos cuando nos pasó lo que nos pasó.

Hebreos 11, enseña tres categorías de héroes o testigos de la fe. En primer lugar aquellos que cerraron bocas de leones, detuvieron ejércitos y apagaron fuegos impetuosos. Luego los que murieron sin recibir lo prometido para obtener la recompensa junto a nosotros. Este caso es el semejante al juego de la posta en el que un atleta corre con el testimonio en su mano, pero no le es permitido llegar a la meta porque debe pasar el legado a otro jugador, y así sucesivamente hasta que el último atraviesa la valla. Sin embargo todos los del equipo ganan a la vez el mismo premio aunque los participantes se quedan en medio de la pista y uno solo llega a la meta. 

Por último hallamos a los que, debido a la fe enfrentaron la pérdida de sus bienes, sus seres queridos, su vivienda y hasta su lugar en la sociedad al punto de vestir precariamente y experimentar las inclemencias climáticas. También les tocó morir por la fe.

En todos los casos nos percatamos que la fe no es una suerte de “créelo o confiésalo y lo tendrás”, sino la confianza ciega en el Señor aunque las cosas vayan aparentemente mal. Para decirlo en los términos de Daniel, nuestra confianza en el Señor nos permite tener una correcta y dimensionada percepción de lo que nos ocurre y a su vez nos ubica en las adecuadas expectativas que podemos desarrollar acerca del Señor.

Las malas creencias producen falsas expectativas, y las falsas expectativas exponen a la decepción… Y un cristiano decepcionado se halla herido de muerte. Por eso es necesario creer adecuadamente, es decir tener una fe genuina. Aquellos que en el presente manifiestan tibieza o resentimiento por algún desencanto, son los lesionados del alma, que no supieron confiar, sino que basaron su relación con Dios en base a un trato transaccional, donde el Señor siempre brindaba algún beneficio tangible.

En cambio, los que aprenden a creer y confiar de acuerdo a los parámetros bíblicos salen de los momentos difíciles sin lesión alguna del alma sino, más bien con una fe más desarrollada. Quizás a esto se refería Pablo cuando escribió de la fe no fingida (genuina o sin hipocresía en griego) que Timoteo tenía. Tal vez por ello Timoteo conservó la fe desde la niñez. Esta fe se basaba en las Escrituras que tempranamente había aprendido. Timoteo había desarrollado una correcta teología basada en las Escrituras, la cual lo mantuvo firme a través de los años, en medio de diversas pruebas y golpes de la vida. Timoteo no tenía una fe basada en los meros resultados esperados, sino que basaba su fe en el Dios de los resultados, más allá de que fueran agradables o desagradables, deseados o indeseados. Pero para desarrollar esta fe, que se halla en una esfera superior, necesitamos conocer mejor al Señor. Luego, para conocer mejor al Señor necesitamos estar más en contacto con las Escrituras. Por algo Pablo en la carta a los Romanos dice: que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.

En consecuencia, podemos afirmar que la enseñanza de una teología adecuada, por ser bíblica, contribuye a que el creyente desarrolle una fe a toda prueba, la cual le permite perseverar.

Pero esta teología, al igual que en el caso de Timoteo, debe llegar tempranamente al creyente. La niñez es el momento clave para tallar la debida fe. Cuando se instruye al niño en su camino, de mayor perseverará. Sin embargo, la palabra teología parece tener poca afinidad con la infancia. ¿Será realmente lo que parece?

La teología no es un invento divino. Dios nos dejó su Palabra eterna, infalible e inmutable. Nunca nos tiró del cielo un libro catequístico. La definición técnica de teología es: “La ciencia que estudia a Dios y su relación con el universo”. Como toda ciencia, la teología es un recurso puramente humano. Cada grupo religioso posee su propia teología. Es más, también se halla la teología natural que consiste en constatar la evidencia de Dios a través de su naturaleza creada. Obviamente, esta teología es muy básica y toda elaboración excesiva de la misma nos llevaría a lo subjetivo y especulativo. Por esta razón, la teología debe tener una fuente confiable de la que extraiga su conjunto de enunciados.

La fuente de nuestra teología es la Biblia misma, la única regla infalible de fe y conducta. Así es que llamamos a nuestra teología: Teología Bíblica. De nuestra teología bíblica se desprende la teología sistemática, más elaborada aún que la anterior. Como sea, la teología es de elaboración humana mientras que la Biblia es creación de Dios. Asimismo la teología sufre variaciones en la medida que la arqueología y la lingüística arrojan mayor luz sobre la interpretación del texto bíblico. En consecuencia, la teología es perfectible mientras que la Palabra de Dios es perfecta.

¿Cómo se hace teología? La manera más sencilla consiste en crear un temario teológico que incluya a Dios mismo, cada una de las personas de la Deidad, el pecado, la salvación, la expiación, el hombre, los ángeles, los demonios, la iglesia, los tiempos finales, el reino y otros temas más. Una vez generado el temario se desarrolla cada tema en la medida que se va leyendo la Biblia. Cuando se repite la lectura de las Escrituras, lo leído últimamente arroja mayor luz sobre lo que se relee. De esta manera se añaden más verdades a cada tema. Podemos deducir, de acuerdo con este procedimiento que todo lector aplicado de la Biblia va desarrollando su teología.

En vistas de lo expresado, los niños tienen la capacidad de desarrollar su teología en la medida que se les exponen las Escrituras. Cada historia, cada concepto, cada acción de Dios dibuja una imagen en el pequeño que lo lleva a decir: “yo sé que Dios es así”.

En una época en la que los niños nos enseñan a utilizar correctamente la tecnología, deberíamos esforzarnos por enseñarles correctamente la Revelación Sobrenatural de Dios, que es su Palabra. Poco a poco dibujaremos en las mentes y corazones de los pequeños una imagen adecuada del Señor que los llevará a decir algún día: “Yo sé que Dios es así”. De haber cumplido satisfactoriamente con nuestra tarea tendremos la alegría de haberlos encaminado en una fe legítima, basada en la Biblia, que los mantendrá firmes, sea cual fuere la circunstancia que les toque vivir