Por: Claudio Freidzon
La comunión con Dios, el fuego del Espíritu Santo ardiendo en la iglesia, y en el corazón de cada creyente, es lo que nos hace diferentes en este mundo. Así como la zarza que vio Moisés, que era un simple arbusto del desierto, y sin embargo tenía algo sobrenatural: Ardía con el fuego de Dios y no se consumía.
Hoy es el tiempo donde la iglesia tiene que marcar la diferencia. Y la diferencia no la hacen nuestros programas y estrategias, la diferencia la hace una iglesia enamorada de Jesús, en comunión íntima con Dios y que arde con el fuego del Espíritu Santo.
Moisés era un hombre apasionado por la presencia de Dios. Amaba la comunión con Dios, más que los milagros poderosos que veía a diario en su ministerio como líder espiritual del pueblo de Israel. “Jehová dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; Y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo (a la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino”. Éxodo 33:1-3
Luego de la catástrofe del capítulo 32, donde el pueblo se hace un becerro de oro y se vuelve a la idolatría llegan estas duras palabras del Señor: “Mi ángel irá delante de ti, pero yo no iré contigo, ni con este pueblo de duro corazón”. Era como decirle, “les seguiré manifestando mi poder para la conquista, mi ángel poderoso irá delante, pero yo no iré en medio de este pueblo”. ¡Pero Moisés era un apasionado por la comunión con Dios! ¡Moisés no quería el poder del Señor, lo quería al Señor! Quería conocerlo, tener amistad y caminar con ÉL. Mientras el pueblo vivía clamando: “¡Queremos agua! ¡Queremos comida!” Moisés oraba:“Muéstrame tu gloria, quiero conocerte, te quiero a ti….”.
El Salmo 103:7 declara cómo Dios se revela. “Sus caminos notificó a Moisés. Y a los hijos de Israel sus obras”. ¿Se ha puesto a pensar por qué Moisés recibió este conocimiento y no el pueblo? Por una sencilla razón ¡Moisés lo anhelaba y se lo pedía!: “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca y halle gracia en tus ojos…”(Éxodo 33:13). Y Dios lo hizo. Moisés se levantó como un intercesor, y le siguió clamando al Señor: “…y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él le dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”. (Éxodo 33:13-14)
Moisés se levantó como intercesor y pidió que la presencia de Dios vuelva a manifestarse en medio del pueblo. Clamaba por un gran despertar espiritual.
Hoy es el tiempo en que como líderes nos levantemos en clamor por un avivamiento espiritual. Que roguemos con hambre, con pasión, para que la presencia del Espíritu Santo se manifieste con gloria en nuestras vidas, en nuestras casas, en nuestros ministerios y congregaciones.
Pero además de pedirle a Dios, debemos prestar atención a aquellas cosas que alejan la presencia del Señor de nuestras vidas. Sólo por enumerar algunas:
- 1.La batalla en nuestra mente: Los pensamientos que nos distraen y no nos dejan concentrar en lo más importante, que es sentarnos como María a los pies de Jesús a oír su Palabra.
- 2.La necesidad de aprobación: Vivir preocupados por lo que los demás piensan y dicen de nosotros, buscando siempre la valoración de los hombres.
- 3.Las distracciones: Priorizar en este mundo de las comunicaciones y dispositivos, y celulares, la comunicación con los demás, antes que nuestro propio tiempo a solas con Dios. El enemigo quiere distraernos de las cosas del Señor. ¡Y muy especialmente de la vida de oración y la comunión con él!
- 4.Las preocupaciones: los pensamientos de todo lo que tenemos que hacer en el día, la agenda, los proyectos; no nos dejan permanecer quietos sobre nuestras rodillas. Como un famoso escritor acerca de la oración dijo: “Hay cristianos que están dispuestos a hacer cualquier cosa para Dios, excepto orar”.
En definitiva, Dios nos llama a valorar la presencia de Dios, y darle honra al Espíritu Santo en nuestros corazones y llevarlo a nuestros hogares. Recordemos que el arca del pacto estuvo muchísimos años en la casa de Abinadab, luego que los filisteos por temor la devolvieron, y nada extraordinario sucedió a a Abinadab y a su casa.
Pero luego del triste episodio de Uza, bastaron apenas tres meses en la casa de Obed Edom para que sucediese algo asombroso: “Y estuvo el arca en casa de Obed Edom Geteo tres meses, y bendijo Jehová a Obed Edom y a toda su casa” (2 Sam. 6:11) ¿Dónde estuvo la diferencia? Al igual que Moisés, Obed Edom supo valorar la presencia de Dios, le dio honra y preeminencia, y fue bendecido él y toda su casa. Era un amante y un buscador de la presencia de Dios.
Dios nos llama a darle la bienvenida al espíritu Santo en nuestros corazones, a clamar con todo nuestro corazón para que nos llene de Su presencia. A caminar en comunión y amistad con Él, en el fuego de Su presencia. Bajo la unción que pudre los yugos. ¡Que nuestras vidas marquen la diferencia con el fuego del Espíritu Santo!