Por: Osvaldo Carnival
En Hechos 1:1 Lucas le habla a Teófilo y le cuenta acerca de las cosas que Jesús hacía y enseñaba. Esto es algo sencillo, pero nos marca un orden. Jesús no enseñaba nada que antes no practicara en su propia vida. Hoy en día la ciencia ha corroborado algo que La Palabra de Dios nos ilustra: no hay otro método más excelente en la pedagogía, la enseñanza, la didáctica, que el poder del ejemplo. Hace un tiempo un padre me dijo: “Pastor, ¿qué le puedo enseñar yo a mi hijo, si no tengo ni 7° grado y él ya está avanzando y va camino a ser universitario?”. Le respondí: “No se equivoque, nosotros no enseñamos de lo que sabemos, sino de lo que somos”.
Es indispensable que nuestro mensaje surja a partir de lo que somos.
En los tiempos que nos toca vivir, necesitamos entender que el mensajero es el mensaje. Vivimos en la era de la imagen, donde constantemente se produce un desdoblamiento que podemos observar claramente en las campañas políticas, por ejemplo. Los políticos tienen asesores de imagen que aconsejan: “Hágalo de esta manera”. Las masas necesitan ver una determinada imagen, y esta es la razón por la que los pastores necesitamos enfrentar el desafío de instruirnos en nuestra imagen, para así poder pararnos de manera efectiva ante los gobernantes y las multitudes, desde una radio, o un programa de televisión o cualquier otro evento. El grave riesgo es cuando comienza a producirse un desdoblamiento. No es tan importante lo que una persona dice cuando sube a la plataforma, sino su comportamiento cuando baja de ella, su manera de caminar, su vida cotidiana, la interacción con su familia, en su hogar. ¡Ese es el verdadero mensaje que la gente necesita! Hoy en día nuestro mayor valor es nuestra propia vida. Podemos ocuparnos en ser más elocuentes, más entendidos, en estar mejor capacitados, pero nunca debemos olvidar que nuestro mensaje por excelencia es nuestro carácter.
Nuestro ministerio es la consecuencia de nuestra relación con Dios y nuestra relación con nuestra familia. Si eso no existe, no hay ministerio. Podrá haber excusas, podremos pintarlo de una manera o de la otra, pero no hay ministerio. El mundo en el que vivimos necesita modelos. El Código Civil prevé el “divorcio express”, el cual permite que los matrimonios puedan divorciarse sin causa en el término de una semana, sin mediaciones de por medio, mientras el Código anterior requería tres. Respecto a este tema, una jueza que es creyente me comentó: “Osvaldo, muchas veces en las mediaciones rescaté a parejas diciéndoles: ‘¿Por qué no lo piensan un poco?’, pero hoy eso se acabó”. Si no nos gusta el aliento de nuestra pareja o esta cocina mal, podemos poner fin al matrimonio en el término de una semana, de manera unilateral y sin causa alguna. La familia está en crisis porque esto atenta contra la dignidad del hogar, contra el muro que ella representa. Por eso, más que nunca nuestro mensaje es indudablemente nuestra vida. El ministerio polariza la vida del cristiano, es decir que hace que nuestras virtudes y nuestros defectos se potencialicen. ¿Por qué? Porque nos expone, nos pone bajo presión.
Nuestro mayor poder de convencimiento es nuestra autenticidad. En este mundo tan interesado en la imagen, todo es engañoso; nada parece ser verdadero, por eso, si perdemos la autenticidad del ministerio, ¡perdemos el ministerio! Cada vez hay más títulos entre los pastores: predicador, pastor, apóstol, obispo, patriarca; ¡parece que existe una escalada jerárquica para obtener un título y luego otro! Sin embargo, cuando el apóstol Pablo se presenta en sus cartas, generalmente lo hace con expresiones como “siervo” o “esclavo de Jesucristo”. Estos términos remiten a algunas imágenes muy interesantes de aquel tiempo; una de ellas muy particular es la de los esclavos. Estos hombres estaban en las bodegas de las grandes embarcaciones, y su única función era remar hasta morir. Cuando esto ocurría, les sacaban los grilletes y los tiraban al agua. Pero estos hombres que trabajaban en total anonimato hacían que el barco avanzara. Al presentarse como esclavo, Pablo está diciendo: “Yo soy uno de esos que no espera títulos ni nombres, que no quiere estar en la popa ni en la proa, en la cartelera, en las placas recordatorias. Soy uno de los que están abajo, y mi único cometido es que la obra del Señor avance”.
¿Estamos dispuestos a ser ese tipo de siervo que Pablo describe en la bodega, que rema y está dispuesto a entregar su vida?
Si estamos dispuestos a ser ese tipo de siervo que Pablo describe en la bodega, que rema y está dispuesto a entregar su vida, Argentina será transformada para la gloria de Dios. Y veremos Más Iglesias plantadas para que la palabra de Dios llegue a cada rincón de la Tierra y Más personas sean salvas y transformadas por medio del Espíritu Santo
Por eso, te animamos a que seas parte e involucres a tu iglesia, a que seas uno de los remeros que hacemos avanzar la obra de Dios y llevamos la luz de Jesucristo allí donde hay oscuridad.