Gordon D. Fee y Douglas Stuart en su libro “la lectura eficaz de la Biblia” dice: que debemos evitar la “singularidad”. La singularidad consiste en querer descubrir lo que nunca nadie descubrió, con fines o intereses personales. En el afán de tener una interpretación distinta y única por la cual el auditorio quede absorto y diga: ¡cuánto sabe!
La palabra de Dios es profunda y merece un análisis esmerado, no se trata de cuartar la importancia de exegetizar los textos bíblicos pero cuando esa investigación no procede del buen espíritu, estamos ante un peligro latente. En una oportunidad predicó en mi iglesia un hermano cuyo mensaje fue referente a la oración. En un momento dado criticó la costumbre de decir: “como tu dijiste Señor” o cuando se menciona: “Señor como dice en tu palabra”, según este predicador es innecesario mencionar textos bíblicos cuando oramos, porque Dios sabe lo que Él dijo, entonces, por qué nosotros tenemos que estar recordándole a Dios sus propias palabras.
Se veía claramente en la actitud del predicador el deseo de mostrar a la congregación que toda la vida habíamos orado mal. Pero ahora llegaba él con su mensaje innovador y nos enseñaría a orar como corresponde. Inmediatamente vino a mi mente la oración que hicieron los primeros cristianos en Hechos de los apóstoles 4:23-25 “Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?…”. Hasta la misma Biblia muestra modelos donde se hace mención que al orar se citan las propias palabras de Dios. Por otra parte mientras escuchaba este sermón pensaba cómo se sentirían todas aquellas hermanas que estaban ese día en la congregación con el ministerio de la intercesión y años de oración y que según este predicador toda la vida habían orado mal.
Las personas que no tienen un conocimiento bíblico y nos escuchan desde nuestros púlpitos fácilmente se dejaran guiar por interpretaciones fantasiosas, el gran problema es que este tipo de predicación pone en boca de Dios cosas que Dios no dijo y estamos frente a un grave peligro. Por más rimbombante que suene la enseñanza que estamos dando si lo que decimos no estuvo en el corazón y la intencionalidad de Dios, de nada sirve.
Un ejemplo práctico de interpretaciones fantasiosas podría ser el siguiente: nos hemos preguntado por muchos años qué pasará con las mujeres embarazadas cuando el Señor venga. He escuchado diversas interpretaciones en base a Mateo 24:19 que dice: “Mas ¡ay de las que estén encintas!”… un teólogo hablaba que cuando Cristo venga el espíritu del bebé se irá con el Señor, pero sus cuerpitos morirían en los vientres de sus madres, se generarían grandes gangrenas y los médicos no darían abasto para sacar esos bebes en estado de putrefacción. Cualquier oyente ante una interpretación de esta naturaleza quedaría perplejo.
Otra interpretación que escuché de este pasaje es que los bebes no morirían, sino que desaparecerían automáticamente de las panzas de sus madres. Ellas desoladas y tristes por no tener a sus bebés y los centros asistenciales colapsarían por la cantidad de ecografías. Otra postura es que debido al impacto de su venida y el sonar de las trompetas, las mujeres embarazadas tendrían contracciones, los bebes nacerían de golpe y se irían al cielo, lo que no explica esta teoría es qué pasará con el cordón umbilical.
Y hay quienes sencillamente piensan que las mujeres cristianas se irán al cielo con él bebe y las no cristianas se quedaran sin que pase absolutamente nada.
Tal vez después de esta exposición de las distintas posturas alguien se está preguntando ¿qué va a pasar entonces con las mujeres embarazadas cuando Cristo venga?, seguramente quien está escribiendo esta nota tiene la respuesta, lamento decir que mi respuesta este interrogante es: ¡no sé! , quizás pueda jerarquizar una u otra postura pero no puedo asegurar ninguna en base a una interpretación de algo que la Biblia no dice.
Dios para mantenernos humildes no nos ha revelado todas las cosas, quien encuentra una respuesta para todo, miente. Es característico del sabio decir frente a muchos temas: “desconozco o no sé”. La humildad en el campo hermenéutico consiste en saber y conocer nuestras limitaciones, un claro ejemplo lo encontramos en el apóstol Pablo cuando escribe la epístola a los Romanos, más precisamente en los capítulos 9,10 y 11, donde dedica estos tres capítulos para explicarles a los oyentes el misterio de la salvación, luego de toda su exposición el apóstol Pablo a pesar de haber dado una excelente explicación, se permite el lugar a la duda de todo su conocimiento y termina diciendo en el capítulo 11: 33: “!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! 34 Porque ¿quién entendió la mente del Señor?” Hasta el mismo Pablo reconoce que aunque haya tratado de explicar este hecho no lo sabe todo.
Otro aspecto a tener en cuenta para no caer en la singularización es el consenso, doctrinarios, teólogos y estudiosos de la Palabra han marcado un camino y debemos considerarlos. Dios puede darnos luz respecto a un texto bíblico sin que necesariamente se contradiga con la opinión de tantos que han investigado con anterioridad. Toda interpretación tiene una importante carga de subjetividad, no obstante contamos con el auxilio del Espíritu Santo que unifica los criterios. Se dice que para poder interpretar una determinada obra literaria, leyes o una pieza de arte se debe identificar el espíritu del autor o creador, nosotros contamos con el espíritu de quien escribió las Sagradas Escrituras.
La hermenéutica nos proporciona recursos para lograr la correcta interpretación de un texto, es un mundo interesante de abordar, no es un fin en sí mismo, pero es un excelente medio para descubrir la voz de Dios. Voz que trasciende las culturas y los tiempos “porque la hierba se seca, la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre. Isaías 40:8.
Dr. Ernesto O. Nanni.
Director Nacional de IETE