Por: Carlos Annacondia
Creo que cuando alguien recibe a quien le cambia la vida, su primer deseo es que otros conozcan esa verdad, el anhelo de que otros puedan experimentar lo mismo que yo conocí cuando recibí a Jesús.
Cuando llevaba una semana de haber conocido a Jesús, me preguntaron: ¿Recibiste el Espíritu Santo? Respondí con otro interrogante: ¿Qué es? Me dijeron: “Bueno, es el idioma de los ángeles para hablar con Dios”, entonces dije: “Yo quiero eso”.
Empecé a buscar a Dios intensamente, Él me había cambiado la vida, yo sabía que era real, que no era un mito ni historia antigua… Él es real. Hice lo que yo siempre le digo a los muchachos: “Buscá a Dios hasta que Dios aparezca”. En mi caso llegó después de diez o quince días de haber recibido a Jesús.
El Espíritu Santo vino sobre mi vida. Dios se manifestó y cuando estaba en el suelo, tocado por su poder, tuve una visión: un gran estadio de tres anillos lleno de gente a quienes les estaba hablando en un idioma desconocido, realmente no sabía cuál era. Esa lengua permaneció por lo menos un día y medio, casi ni podía hablar en castellano, porque pensaba en castellano pero al hablar salía esa lengua; dice la Biblia: “estas señales seguirán a los que creen…” y ocurrió como en el día de Pentecostés cuando todos comenzaron a hablar nuevas lenguas según el Espíritu les daba qué hablasen. Esa fue mi experiencia y a partir de ese momento comenzaron a ocurrir cosas.
Puedo decir que el primer amor es la llave del comienzo de algo, pero la continuidad es mantener esa llave para recibir siempre la dirección de Aquel que un día nos llamó; porque es muy fácil olvidarnos de Dios, dejar de orar, dejar de buscar a Dios. Creo que si dejamos un día de buscar a Dios estamos comenzando a gastar la energía, la vitalidad, la gracia que Dios ha puesto sobre nosotros y cada vez va a ir en disminución. Es muy sencillo hablar del primer amor como si fuera algo del pasado; cuando yo hablaba en lenguas estaba en permanente estado de alabanza: “Gloria a Dios” y hablaba en lenguas; todos me decían: “ya se le va a pasar”, yo no entendía eso y les dije: “Perdonen pero yo quiero vivir en el primer amor hasta el último día de mi vida”, eso es lo que siento en Dios.
Vivir así no es fácil, hay que pagar un precio y es buscar a Dios todos los días de nuestra vida, buscar en las Escrituras; no digo pasarnos el día entero porque hay mucha tarea para hacer, pero el tiempo de Dios dárselo a Él, para renovar las baterías, para que siempre esa pasión pueda permanecer en nosotros, de otro modo es muy factible que cuando uno vaya creciendo en el ministerio, pueda llegar el confort porque ya tenemos la gente, la iglesia, tenemos todo… y ahora podemos entrar en reposo… Dios nos demanda: Él es Dios de todos los días, de cada instante, de los momentos difíciles y de los momentos en los cuales tenemos que darle gracias a Dios, gracias porque siempre me has ayudado, gracias porque estás conmigo, gracias por mi familia.
Quiere decir que la comunicación con Dios es lo que mantiene el avivamiento. No tiene por qué apagarse el avivamiento porque está en nosotros, en nuestros corazones.
Un corazón con avivamiento contagia a otros, y a otros, y así sucesivamente. El avivamiento nunca termina, salvo cuando entramos en reposo, cuando nos olvidamos del altar, cuando nos olvidamos de la oración y cuando dejamos de gemir por los que sufren.
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