Resistencia

Autor: Omar Fritz

En el mundo del deporte, y en particular en el atletismo, se conoce muy bien la diferencia existente entre una carrera de Velocidad y una de Resistencia. Tanto la preparación física, como anímica y mental son distintas.

La vida y el ministerio deben ser enfrentados como una carrera de resistencia. La Palabra de Dios nos enseña en Hebreos 12:1,2, las medidas de preparación que intencionalmente debemos observar si es que queremos alcanzar victoriosamente la meta.

En primer lugar, hemos de desprendernos intencionalmente de todo aquello que pudiera llegar a ser un estorbo; un posible tropezadero que ocasione una caída. Los competidores de quienes seguramente el escritor extrajo su ilustración, al ingresar a la pista se quitaban sus túnicas, quedando vestidos con lo que nosotros denominaríamos un “taparrabos” o “short”, nada debía enredarlos en su camino; debían tener plena libertad de movimiento.

La segunda medida intencional para ejecutar sin más ni más, es “despojarnos del pecado que nos asedia”. Un estorbo pudiera no ser un pecado, pero fácilmente podría convertirse en ello. Hemos de ser conscientes que este “nos asedia”, esto es, nos rodea, no emplaza cual enemigo en busca de nuestra rendición. Nos acosa permanentemente, de una u otra forma. Dios lo reveló con meridiana claridad a Caín: – “el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”, dándole a entender que, si bien es cierto que el pecado estaba allí, no obstante, él tenía el poder de evitarlo. No se menciona un pecado en particular, cada quien sabe cuál de todos ellos le está asediando.

En tercer lugar, se nos dice que intencionalmente debemos correr con paciencia. No se refiere a la actitud que se rinde frente a las circunstancias, sino a la que las domina. Es esta determinación de persistir en el esfuerzo y rechazar el desánimo lo que nos da alas para sobrevolar las dificultades y los obstáculos, sin prisa, pero sin pausa.

Finalmente, el broche de oro, la frutilla del postre. Intencionalmente hemos de “poner nuestra mirada en el Señor”. ¿Por qué motivo? Porque él fue sujeto a todo tal cual nosotros, y venció; porque Él es el Oportuno socorro; porque Él es nuestro máximo ejemplo de cómo correr esta carrera: lo soportó todo, no permitió que ninguna sugerencia (ni siquiera proveniente de alguno de los suyos) le desviara de su meta, “dar su vida en rescate por todos”; ni se dejó impresionar por la vergüenza de la cruz.

Corramos de tal manera que alcancemos la meta. Desechemos los “lastres” tales como hábitos, amistades y otros que pueden ser nocivos. Estemos atentos a quien nos asedia, no bajemos la “guardia”, mantengámonos en los principios divinos. Seamos pacientes, inquebrantables frente a las adversidades, recordemos que somos “más que vencedores” y fijemos nuestra mirada en Aquél que lo dio todo por nosotros. 

Para todo esto contamos con el socorro, la asistencia, la fortaleza y el cuidado del Consolador, el Espíritu de Verdad.

¡Nos encontramos en la meta!