Por Maximiliano Gianfelici
Sin embargo, lo que ahora sufrimos no es nada comparado con la gloria que él nos revelará más adelante. Pues toda la creación espera con anhelo el día futuro en que Dios revelará quiénes son verdaderamente sus hijos. Contra su propia voluntad, toda la creación quedó sujeta a la maldición de Dios. Sin embargo, con gran esperanza, la creación espera el día en que será liberada de la muerte y la descomposición, y se unirá a la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que, hasta el día de hoy, toda la creación gime de angustia como si tuviera dolores de parto; y los creyentes también gemimos —aunque tenemos al Espíritu de Dios en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura— porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento. Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos, incluido el nuevo cuerpo que nos prometió. Recibimos esa esperanza cuando fuimos salvos. (Si uno ya tiene algo, no necesita esperarlo; pero si deseamos algo que todavía no tenemos, debemos esperar con paciencia y confianza). Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y el Padre, quien conoce cada corazón, sabe lo que el Espíritu dice, porque el Espíritu intercede por nosotros, los creyentes, en armonía con la voluntad de Dios. Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos. Pues Dios conoció a los suyos de antemano y los eligió para que llegaran a ser como su Hijo, a fin de que su Hijo fuera el hijo mayor de muchos hermanos. Después de haberlos elegido, Dios los llamó para que se acercaran a él; y una vez que los llamó, los puso en la relación correcta con él; y luego de ponerlos en la relación correcta con él, les dio su gloria. Romanos 8:18-30 NTV
En este pasaje encontramos una radiografía de nuestro mundo actual, asimismo es una porción llena de promesas y esperanza para nuestro futuro en Dios, pero también encontramos un llamado clave de parte de Dios para nosotros: Ser como su Hijo. La riqueza de estos versículos nos desafía como iglesia a vivir el propósito de Dios en el Espíritu y a alejarnos de la opresión de la religión, posicionándonos en nuestra identidad de hijos y tomando la herencia de nuestro Padre, con la gran responsabilidad de continuar su obra en la Tierra, de inundar de su gloria el planeta.
Es cierto que vivimos en un ambiente en decadencia, la creación entera ha sido sometida a corrupción a causa del pecado. Sin embargo, tiene una ansiedad y es la manifestación de los hijos de Dios. La más grande miseria que los hombres y la creación pueden padecer es ese vacío infinito que sólo puede ser llenado por el Infinito. Por eso la creación se corrompe, porque no encuentra placer en aquello que es placentero para Dios. Entonces busca su placer en el dinero, la ambición, llenos de ansiedad que los lleva a cometer pecado y destrucción; se atenta contra el cuerpo, contra la moral, se lastiman, destruyen familias, hogares y naciones. Dios mismo sometió la tierra bajo maldición, pero con una esperanza firme, a la espera de la revelación de los hijos de Dios. Sólo allí hallará libertad.
Como ministros y siervos de Dios en estos tiempos tenemos en nuestras manos la clave de esta libertad, pero Dios – que se mueve con certeza – nos puso en la relación correcta con Él. En Romanos 8:30, Pablo refiere estas palabras cuando nombra que somos hijos de Dios, por la tanto portamos su vida. Somos llamados a llevar su gloria en medio de una creación que está en descomposición desde que Adán cayó en pecado. Estamos viviendo los últimos tiempos, es momento de vivir la radicalidad del Espíritu, debemos ser luz en medio de la noche. Fuimos preparados para esta hora, la creación gime y está con dolores de parto, su anhelo es que manifestemos la gloria de Dios en nuestras vidas y nuestra identidad genuina, porque en el tiempo final los verdaderos hijos de Dios serán revelados. El mundo no necesita buenos profesionales, predicadores elocuentes o gente con ideas brillantes, necesita verdaderos hijos de Dios manifestándose en todas las áreas para llenar de gloria este mundo en corrupción.
Mateo 13 nos cuenta la parábola del trigo y la cizaña, este ejemplo claro de Jesús nos advierte sobre la realidad de los tiempos que vivimos, donde muchos se dicen llamar hijos de Dios pero verdaderamente no los son. La cizaña es en apariencia igual al trigo, pero la diferencia esencial es que cuando llega el tiempo de la cosecha los granos de trigo hacen que este se incline, pero la cizaña sigue en pie, derechita. Lo que nos caracteriza como verdaderos hijos de Dios es la vida de Cristo en nosotros, que nos lleva a vivir una vida que da fruto y una vida de humildad, al reconocer que nosotros y todo lo que poseemos o producimos es de Cristo. La humildad es el fruto característico del Espíritu viviendo en nosotros.
Si somos personas que necesitamos reconocimiento de los demás o que simplemente no reconocemos nuestras carencias o debilidades, estamos muy lejos de ser los hijos que Dios necesita para manifestarse. Es necesario, para llevar su gloria en este mundo en decadencia, reconocernos hijos de Dios con una identidad sana por medio del Espíritu Santo, sabiendo que es Él quien nos ayuda en nuestras debilidades. Ser débil en todos los sentidos: emocional, intelectual, físico y espiritual no es una excusa o un defecto en el cual escudarnos, sino que es una oportunidad para que el Espíritu Santo se manifieste en nosotros. Él conoce que necesitamos y como debemos orar, que debemos pedir. Él intercede por los creyentes que están en armonía con la voluntad de Dios.
Cuando vivimos a Dios en plenitud, Cristo se hace visible en nuestras vidas. ¡Somos hijos de Dios, sellados por el Espíritu! Nuestra principal misión es revelar lo que hay dentro de nosotros. Hermanos, en esto es esencial reconocernos débiles, porque esa debilidad es combustible para que el Espíritu Santo arda en nuestras vidas, lo necesitamos a Él, dependemos de Él. Nuestra vida de humildad y dependencia de Dios, inspirará a las personas que pastoreamos, ya que verán la obra del Espíritu a través nuestro y serán imitadores de la vida de Cristo en nosotros, transformándose en verdaderos hijos también.
Y es cierto que nuestra alma gime a causa del pecado, pero Dios nos ha sellado, no vamos a vender nuestros llamados. Llega el tiempo en que familias completas no abandonan su llamado, en que niños pequeños abrazan su llamado, esposos y esposas no negocian su llamado. No dependemos de si es fácil o difícil, ya sabemos que es difícil, sabemos que esta creación está sujeta a corrupción, pero tenemos a Cristo que nos puso en la relación correcta con el Padre, tenemos al Espíritu Santo que nos ayuda en nuestras debilidades, que gime ante el trono de Dios con gemidos indecibles. Somos imparables, la vida de Cristo fluye en nosotros y a Cristo no lo paró la muerte, no lo paró el pecado, no lo paró el infierno; y a la iglesia, que somos vos y yo, nada la va a poder parar, nada.