Por María Mattia
A lo largo de mi vida siempre tuve la inquietud de coleccionar frases o dichos que me impactaran. Podría mencionar un sinnúmero de ellos, pero hay una que particularmente llamo mi atención “Si la vida te da limones has limonada”. Me gustó tanto que la apliqué en charlas y mensajes, cuantas veces pude. Lo que nunca imaginé es que con el transcurso de los años me tocaría vivirla, y a diferencia de enojarme entendí que el soberano Dios me estaba preparando de esa y tantas otras maneras para lo que luego tendría que enfrentar.
Mi vida era hermosa al lado de mi esposo, Cirilo González, un cantante y adorador. Juntos servíamos a Dios llevando el mansaje de su palabra y adoración por todo lugar. Y así llegamos a visitar distintas naciones, y viendo el obrar de Dios sobre las vidas. Pero un día, tras una caída, mi esposo queda afectado y físicamente no vuelve a ser el mismo; después de exhaustivos estudios nos enteramos que padecía mal de Parkinson. En esta degenerativa las células del cerebro mueren cada día. Al comienzo pudimos manejar bastante bien esta situación, y gran parte de nuestro ministerio lo desarrollamos en ese período, pero en el transcurso de los años su enfermedad se agravó lo que en el último tiempo tenga que detener las obras que llevábamos adelante con el ministerio. Sumado a esto, en medio de esta situación mis padres, ya mayores, se les hacía muy difícil estar solos y al ser única hija, me hice cargo de ellos.
Fueron años de procesos en donde ejercí enfermería y medicina, sin haber estudiado. Sería muy largo de explicar este período de dolor, viví situaciones límites donde experimenté una fuerza invisible pero real, de un Dios tan personal. Pasé de ser la predicadora a conferencista por priorizar a mis seres queridos. Pero hubo algo que nada ni nadie pudo quitarme, el sentido de propósito que Dios puso en mi vida y por el cual viví. Sabía que era una mujer con un llamado de Dios y eso fue por lo cual determiné que esas situaciones pasajeras no me vencerían SU propósito.
En primer lugar, luché por avanzar el propósito por el cual estaba en esta tierra: mi llamado. Y eso dio sentido y seguridad a mi vida, desarrollando en mí el poder de resiliencia. En segundo lugar, no perdí el gozo y la alegría de estar viva: “[…] el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Nehemías 8:10). Había en mí una fortaleza interior para continuar cada día y alentar a mis seres querido que lo único que tenían era a mí y no me permití caer. En tercer lugar, grabe dentro de mí que nadie muere en el proceso, Dios estaba utilizando este momento en mi vida con este fin, y luego él me llevaría a otro nivel a otra dimensión, entendí que, aunque no veía lo que anhelaba ver, el Señor estaba a mi lado como poderoso gigante y que llegaría el día en que todo pasaría, no fue fácil sino no sería un proceso. Hoy todos mis seres queridos descansan junto a Dios y me queda la satisfacción de haberlos cuidado y honrado hasta el final, y soy feliz por lo que hice. Fue un verdadero privilegio cuidarlos. Si bien mis seres queridos ya no están, no me siento vacía, porque tengo un Dios que lo llena todo y en todo. Él una vez más me levantó y posicionó sin tener que haber hecho algo siquiera. Voy segura porque EL abre caminos delante de mí y cuando miro atrás por un momento, no siento dolor, porque entendí que no fue una carga o una desgracia, sino fue un privilegio, un regalo, compartir sus últimos momentos junto a mis padres y a mi esposo, un siervo de Dios.
Hay vida después del dolor, hay una vida abundante cuando encontramos el propósito. Hay vida después del dolor, en la sanidad que experimentamos y podemos tener empatía con los que sufren. Creo en el volver a empezar, siento a donde quiera que vaya el amor de una familia. Él me lleno de gracia, favor y las personas me hacen sentir tan amada, es un regalo maravilloso: el cariño de la gente.
Recuerdo el pasaje en Daniel 3:17-25, los tres jóvenes que fueron tirados en el horno de fuego, el cual estaba calentado siete veces más de lo usual. Los encargados de tirarlos dentro del horno murieron a causa de las quemaduras. Es allí en donde dice la escritura que dentro del horno se veían pasear a cuatro varones, quienes no tenían daños, y el cuarto de ellos era semejante al hijo de los dioses, ósea, el Señor camino con ellos. Cuando salieron los jóvenes del fuego, el relato nos dice que no se habían quemado ni sus ropas, ni el pelo, y ni siquiera el olor a fuego tenían. Y es allí donde aprendí que en el horno de aflicción solo se queman las ataduras del pasado. Cuando Dios es el que camina a tu lado, ni siquiera el olor te queda de tu horno de aflicción.
Yo creo en la vida después del dolor. Hay que decidir volver a ser feliz, a vivir y no solo a existir.
Ver la sanidad en el alma, eso solo Dios lo puede hacer cuando le damos lugar. Hoy es un nuevo día para volver a empezar y vivir en plenitud.
Y como dije al comienzo: la vida me dio agrios y amargos limones, pero Dios a hacer de ellos las más ricas y dulces limonados.