Por Carlos Sokoluk
La llegada de un bebé deseado siempre es motivo de alegría. Es innegable que con el arribo del nuevo miembro de la familia se produce una renovación y cambios que afectan a todos los miembros.
Un bebé tiene la capacidad de nuclear no solo a los familiares sino aun a los amigos y conocidos. Hasta opinan sobre la elección del nombre. Todos se involucran aportando de lo que tienen o lo que saben. La abuela teje los escarpines, el abuelo hace gala de sus habilidades en la carpintería fabricando una cuna. Cada uno hará una parte: el que sube las fotos a las redes sociales, el papá que pinta la habitación con el color apropiado, el hermanito apenas un poco mayor se encarga de darle el chupete casi como si fuera un tapón para que no salga más llanto, el adolescente (quizá aprovechando que sus amigos no lo ven) sacia su curiosidad y necesidad de brindar afecto levantando en brazos a ese pequeño familiar. Las tías y amigas de la mamá hacen lo suyo obsequiando ropitas “paquetísimas” para que el bebé luzca irresistible. Hasta el perro participa sentado en silencio al lado del “cochecito” cumpliendo con su deber de montar guardia. Y por sobre todo la mamá se encarga de alimentar, proteger y ocuparse por entero de las necesidades del exigente recién llegado.
Todos querrán tener algo que ver cuando haga falta y aportarán algún consejo y ayuda oportuna cuando surja alguna situación que demande preocupación.
La rutina de los integrantes de la familia, los horarios y hasta sus hábitos se verán modificados. De un modo semejante toda la familia de la U.A.D. hoy aguarda con muchas expectativas lo que está por suceder en su medio. Hay noticias de muchos embarazos que en algunos meses se convertirán en bebés, o sea “las iglesias nacientes”. Todos vamos a participar de la alegría, a la vez que nos amplía la visión y redirecciona nuestro ministerio. Nuevas perspectivas atraerán la atención pastoral, asumiremos nuevos desafíos, tendremos grandes expectativas.
Si la iglesia madre es saludable, todo esto ocurrirá no sólo una vez sino cada nueva iglesia que se planta. ¡Será como una inyección de vida! Los miembros de la congregación tendrán oportunidad de ministrar con sus dones. Habrá lugar para la creatividad de los jóvenes, para el aporte de la experiencia adulta, para ser parte de la intercesión y de los milagros que van a ocurrir. El emprendimiento es grande, pero sin lugar a dudas muchos están esperando que esta puerta se abra para apoyar.
Nuestra iglesia de Argentina ya está inmersa en las actividades evangelísticas en sus diversas modalidades, en organizar los departamentos, en las ofrendas para la compra de terrenos, en la construcción de los templos. Todo esto hará que pastores, obreros, hombres, mujeres, jóvenes y aún adolescentes, luego de haber dado lo mejor de sí mismos, disfruten del resultado de su trabajo al ver las almas a los pies de Cristo, vidas cambiadas, familias restauradas cumpliendo así la voluntad de Dios. Cada uno habrá sido parte de la transformación del nuevo “bebé” en una bien desarrollada y saludable iglesia.