DESCUBRIENDOME

Por Silvia Serantes

            Como nunca antes hoy me miré en mi espejo de la vida y pude descubrir en él a una mujer real, sin maquillajes ni ornamentos, observé detenidamente la imagen que al pasar los años ha quedado, esa que revela en forma visible, en cada uno de sus rasgos, los momentos que ha tenido que atravesar.

Hoy como nunca antes pude decirle a Dios que me contara como me ve, dejando en sus manos todas aquellas miradas que me siguen, y creo que esperan que en el futuro sea aún mejor. Pude escuchar su opinión acertada, clara y franca acerca de mí misma. Soy esposa de pastor y madre, vivo una vida diferente, tal vez muy lejos de la ideal, o mejor dicho de aquella que te enseñan los vendedores de sueños. Una de las marcas que veo es la que ha dejado la decepción, la prueba que hace que madure, crezca y ame de verdad. Porque ella me ha llevado a dejar ir aquello que no es como he esperado y caminar en mi realidad, que paradójicamente, es en la realmente soy feliz. Alguna de las arrugas me recuerda de mis preocupaciones, aquellas que me quitaron el sueño y me llenaron de ansiedad, y en alguno de los casos también lograron enfermarme, pero fue allí que aprendí a “llamar lo que no es como si fuera” y a orar de verdad y confiar en EL. Tal vez puedo descubrir la soledad, pues vivo rodeada de gente, muchos que me aman y me acompañan, pero pocos con los que realmente puedo abrir mi corazón cuando necesito que me escuchen en silencio y no me juzguen, y sobre todo escuchar un consejo sincero y confidencial. Por ahí puedo que ver alguna que otra tristeza por algún ser querido que ya no está o se fue lejos dejando un vacío en el corazón.

Mirando el espejo pude descubrir a aquella mujer que atravesó la primavera de los sueños e inocencia, donde Dios me presentó a mi compañero de vida. El verano del arduo y esforzado trabajo, donde Dios me desafió y me sostuvo, sobreviviendo a los avatares que impetuosamente venían contra la familia, la economía, la salud y todo lo que daba a mi mundo significado. Finalmente me descubro en mi otoño, aquella etapa crucial donde me veo obligada a soltar, porque las hojas van y vienen, pero mi esencia permanece, y mirando mi pasado puedo decirle a Dios “renuévame” pues quiero disfrutar plenamente de todo lo que tengo. Llegará el invierno donde el frío cubrirá mi escenario, pero los sueños seguirán vigentes porque se proyectarán a través del legado que tendré que dejar en aquellos que están iniciando su primavera.

Por eso hoy como nunca antes agradezco el gran privilegio de haber sido escogida para esta maravillosa tarea, agradezco por tantos desafíos, tantas aventuras y riesgos.

Agradezco por aquel día de milagros y cielos abiertos, pero también por el día gris donde el silencio frío llegó hasta mis entrañas.

Agradezco por cada compañero de este viaje, por los que aún están firmes, te alientan y animan para que sigas, y por los que me enseñaron que no era tan fácil, esos que ponen obstáculos que resultan finalmente ser escalones de tu crecimiento.

Por eso hoy como nunca antes ruego a mi Señor esa sabiduría de lo alto que me lleva a vivir cada día a la vez, guardando mi corazón, respetando mis prioridades y enfocada en lo que trasciende, entendiendo que mis mayores resultados están dentro de mi casa, cuando puedo mirar a mis hijos a los ojos y recordar cada instante de su niñez porque allí estuve presente, cuando mirar hacia atrás solo me trae añoranza, pero no tristeza porque fui y soy feliz.

De eso se trata la vida, verme como Dios me ve permitirle que me siga transformando y modelando, soltando rápido para que nada se me pegue y atesorando firme los valores y principios que sostienen mi equilibrio.

De esto se trata el llamado ministerial, gente sencilla, llena de falencias, nada de grandezas, ni logros personales, solo alcanzados por una gracia inmerecida que nos ha convertido en eternos deudores de quien nos amó para siempre, ya no somos dueños de nuestra vida solo administradores de ella.