Por Benjamín Grams
Al meditar sobre qué tema puede ser de mayor provecho para un ministro, comencé a preguntarme: ¿Qué es lo más cercano a su corazón? Lo primero que viene a la mente es Dios, la iglesia y los perdidos. Sin estas tres, este siervo no tendría la motivación para soportar las dificultades que vienen al estar en el ministerio. Sin embargo, hay algo más… Algo que quizás, con demasiada frecuencia, perdemos de vista su valor. Esta piedra preciosa es nuestra familia, en especial: nuestros hijos. El hijo de ministro (HdeM) es una persona que, por el contexto en el que se cría, desarrolla ciertas tendencias que forman su carácter, teología y manera de socializar. A continuación, iremos en detalle en algunas características observables en los HdeM que explicarán ciertos comportamientos y actitudes de sus hijos.
Síndrome de pecera: Lo más común es que sus hijos experimenten dicho síndrome. La iglesia entera los está observando, ya sea para bien o para mal. Esperan que actúen mejor que todos los otros niños de la congregación para que sean un ejemplo para el resto. Toda acción que ellos tomen se examina en detalle. ¿Tocaron en la alabanza? ¿Faltaron al culto? ¿Prestaron atención o hablaron con sus amigos durante el sermón? ¿Qué tipo de ropa usaron? La presión que esto ejerce sobre sus hijos los puede motivar a actuar de la mejor manera, de la peor manera o, lo más común, convertirse en los mejores actores de la congregación. Ellos se dan cuenta de que si actúan de cierta forma, la congregación lo aprobará, entonces dicen o hacen lo que se espera de ellos sin que venga del corazón. Un hijo de ministro sabe exactamente hasta dónde levantar las manos y en qué momento para impresionar a todos, pero su mente puede estar en cualquier otro lado. El problema de este síndrome es que como padres, si no tenemos discernimiento, pensaremos que está todo bien y que nuestros hijos son los más espirituales. Si no lo detectamos, ellos continuarán con los gestos pero sin el corazón hasta que se enfríen por completo delante de Dios. Ellos experimentan un alto nivel de expectativas de la gente que los rodea y sienten que todos, inclusive Dios, los están mirando en todo momento esperando a que se equivoquen. Esto hace que en el colegio, el único lugar en donde ellos sienten que pueden ser sí mismos, estén constantemente probando límites y tomando malas decisiones como forma de rebeldía en el lugar donde es permitido. Es imprescindible crear un ambiente donde se sientan cómodos para ser transparentes con ustedes, donde puedan incluso expresar sus dudas e inquietudes sobre su creencia en Dios, el pecado, la sociedad y sus propios pastores (ustedes). El momento en el que dejamos de ser sus oídos, ellos dejarán de hablar.
El peligro aumenta si sus propios padres agregan a esta presión. Si sus hijos sienten que están tomando el lado de la congregación por sobre sus propios hijos al decirles que esperan más de ellos, la obra de teatro continuará en casa también. Sé que es difícil balancear el ministerio, el “¿qué dirán?” y temer que la gente no respete su autoridad si “sus propios hijos no la respetan”, pero debemos recordar algunos puntos: son niños, déjelos ser quienes son y, nunca podremos satisfacer a la iglesia entera. Obviamente no estoy diciendo que hay que permitir que interrumpan la reunión ni mucho menos, pero si ponemos sobre ellos una expectativa desmedida y mucho mayor a la que tienen los otros niños de su edad, ellos se cerrarán con nosotros y lo resentirán.
Síndrome de los hijos de Elí: Sus hijos están en la iglesia constantemente. Conocen a todos y se enteran de todo. En casa tendemos a hablar sobre los problemas dentro de la iglesia, porque es el único lugar donde podemos hablar sobre algunos temas. Nuestros hijos son esponjas y tienden a escuchar y absorber todo. Los HdeM ven detrás de escenas, saben de las luchas del pastor de jóvenes o del líder de alabanza. No miran de la misma manera a las personas en autoridad. La sobre-familiarización de las cosas de Dios hace que pierdan su respeto, reverencia y admiración hacia ella. Cruzarán líneas que otros ni se atreven a tocar. Este síndrome desarrolla un corazón de rebeldía.
Como padres, algo que debemos hacer para contrarrestar esto es mantener esas charlas confidenciales entre nuestro cónyuge y nosotros. Cuanto más podamos prevenir que nuestros hijos las oigan, más los estaremos protegiendo. Hace poco descubrí la realidad de esto. Mis padres me comentaron de algo que les había sucedido en el ministerio que los afectó, sin embargo al no hablar del tema frente a sus hijos, no afectó mi manera de ver a las personas involucradas. Hicieron un muy buen trabajo de prevenir que nos amarguemos con lo que escuchábamos.
Síndrome “detecta-fariseos”: al ver “el detrás de escenas” y enterarse de todo, son testigos de personas que actúan de una manera en la iglesia y de otra afuera. Esto hace que ellos desarrollen un desprecio por la falsedad y que sientan que la iglesia está llena de hipócritas. Esto aumenta en los casos que lo ven en sus propios padres. Cuando estuvimos ministrando entre el pueblo Mormón por 10 años, observamos una presión social fuerte de ser perfectos. Ellos lograban comportarse de manera intachable en el exterior pero esa carga necesitaba desahogarse en algún lado. Esto produjo que los índices de lo que ocurre detrás de puertas cerradas sea más altos en el estado de Utah que en cualquier otro lado del país; esto incluye abuso, pornografía y venta de antidepresivos. Lo que aprendimos de esta situación es que si uno siente una presión excesiva de ser perfecto en el ministerio, hay una tendencia más fuerte de luchar con pecados ocultos. Sus hijos lo detectarán e impactará su perspectiva de ustedes y de Dios. Debemos vivir una fe transparente delante de nuestros hijos.
Para concluir, me gustaría dejarles algunas sugerencias para ayudarlos con sus hijos. Primero, debemos incluirlos en el ministerio, recordándoles que Dios llama a la familia y no solo al pastor. Si ellos se sienten parte, estarán más dispuestos a afrontar los desafíos de ser un HdeM.
En segundo lugar, tener un balance entre el ministerio y la familia. A veces nos sentimos culpables si no estamos completamente disponibles para la iglesia. Sentimos que estamos diciéndole que no a Dios. Es bíblico y saludable tomarse un día de descanso semanal con la familia. Ese día hay que estar casi inalcanzable para la congregación. Es recomendable tener a un pastor asociado o a otra persona que reciba y atienda los llamados, al igual que determinar su nivel de urgencia. Como pastor es fácil decir: “yo no tengo tiempo para eso. Si me tomo un día por semana, el ministerio dejará de crecer.” Aunque suene duro, la realidad es que la iglesia es de Cristo y su crecimiento o decrecimiento depende de Él. Si no toman el descanso necesario, se agotarán, perderán la pasión y su familia sufrirá en el proceso. Lo interesante de esto es que tener un día para renovar las fuerzas en realidad hace que uno sea más productivo los otros días de la semana. Lo que hemos observado es que sin este día, se produce una cierta clase de estancamiento espiritual, emocional y físico en la vida del pastor, la cual se transmite a la congregación.
Finalmente, la buena noticia es que los HdeM nunca serán mediocres. El contexto en el que se crían los fuerza a no ir con la corriente. Muchas personas con grandes logros dentro y fuera de la iglesia son HdeM; tienen un tremendo potencial, tanto para Dios como para el mundo. Depende de nosotros como padres y del Espíritu Santo la dirección en que utilicen dicha capacidad.