Por Nicolás Marcón
Este itinerario podría corresponder a una actualizada agenda ministerial de un evangelista, misionero o conferencista internacional con la finalidad de cumplir con las iglesias que lo han invitado; arriba de un aeropuerto a otro y que, por razones de tiempo, no puede quedarse demasiado en los distintos lugares: Inglaterra, Durban (Sudáfrica), ciudad de El Cabo, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Mendoza, Santiago de Chile, Región del río Bío Bío, Los Ángeles, Chile, Concepción, Ranco, Osorno, Valparaíso, Sydney, Nueva Guinea, Valparaíso, Chiloé, Ancud, Valparaíso, Malvinas, Isla de los Estados, Montevideo, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Río Pilcomayo, Cobija, Panamá, Escocia, Isla Picton; Perú, Inglaterra. Todos estos lugares visitados una y otra vez para finalizar el viaje en Tierra del Fuego.
Este fue el recorrido aproximado que realizara Allen Francis Gardener quien nació en Inglaterra el 28 de Junio de 1794 bajo la formación de su familia anglicana. En sus primeros años de juventud, después de pasar dos años por el Colegio Naval, comenzó con la navegación para ascender en su carrera militar y ser reconocido como comandante de la armada real británica.
Allen Gardiner
Gardiner habría tenido una fuerte experiencia espiritual a bordo del Dauntless, navío en que él sirvió hasta 1822, al conocer diversos pueblos aborígenes en las nuevas tierras, de religiones y creencias muy diferentes a la fe cristiana que él guardaba. Dicha situación lo impulsó a requerir órdenes sagradas al Obispo anglicano de Gloucester para predicar el evangelio. Desde entonces comenzó con la elaboración de diversos escritos diarios y meditaciones devocionales los días domingo.
En el año 1834 su esposa, Susana Reade, con quien habían tenido cinco hijos, a raíz de una grave enfermedad y tras el esfuerzo de cambiar de residencia con la esperanza de que su salud mejorara falleció; este acontecimiento lo convenció definitivamente de su tarea como pionero de la obra misionera. En aquel mismo año, a los cuarenta años de edad, renunció a su función de comandante de la Marina inglesa para llevar las nuevas de salvación a los pueblos aborígenes que había conocido en sus viajes.
Sus primeros intentos misioneros lo llevaron al África. Para entonces había contraído matrimonio con Elizabeth Marsh, pero la intrincada situación política tribal desencadenó la guerra entre zulúes y boers. Por lo tanto, Gardiner debió cambiar el curso de su destino hacia América del Sur, pasando por Río de Janeiro, Buenos Aires, Mendoza, y cuando las condiciones climáticas lo permitieron, Chile, cruzando la cordillera de Los Andes con el propósito de llegar a las tierras araucanas de aquel país austral. Sin embargo la mala experiencia con el huinca (hombre blanco para los mapuches) cerró su aceptación entre los araucanos y la imposibilidad de encontrar intérpretes obligaron a Gardiner volver a Inglaterra.
La Sociedad Misionera de su iglesia que había financiado el viaje de Allen Gardiner interpretó la expedición como un rotundo fracaso del misionero y decidieron levantarle los fondos. La desalentadora noticia motivó a Gardiner a buscar por sus propios medios los recursos necesarios y seguir en su cometido. En compañía de Federico González, en 1845 emprendió su retorno a Sudamérica con el propósito de alcanzar el chaco boliviano y, aunque tuvo dificultades por las revueltas internas de la política argentina de la época, se las arreglaron para llegar.
Sustentados por la aprobación del procónsul boliviano lograron establecerse y ver en muy poco tiempo el satisfactorio resultado de su trabajo; sin embargo la inestabilidad del gobierno produjo algunos cambios que los obligó, por las influencias de los sacerdotes en el poder, a buscar otros horizontes libres de los dominios papales
Una vez más desde Inglaterra logró reorganizar un nuevo emprendimiento, esta vez hacia la patagonia argentina y Tierra del Fuego como la meta final de su ideal misionero. Con algunos marinos y un carpintero naval iniciaron otro nuevo viaje exploratorio hacia el sur argentino a comienzos del año 1848. Sin embargo, ni bien hicieron puerto en la isla de Los Estados, Gardiner reconoció que ante los embates climáticos y la hostilidad de los aborígenes de la zona, la envergadura de su proyecto debía superar las provisiones para seis meses que llevaban y el tipo de embarcación con que contaban. para ello organizar una “misión flotante” para recorrer las islas del Atlántico Sur.
De nuevo en Inglaterra presentó una solicitud de apoyo a dos sociedades misioneras, las que respondieron en forma negativa. El apoyo de un nuevo amigo, el Rev. Despard animó a Gardiner, y si bien los fondos se recaudaron lentamente, se procuró disminuir los gastos. Finalmente en 1850 la expedición partió a cargo de Gardiner en compañía de Richard Williams (cirujano inglés), John Maidment, John Pearse, John Bryant, John Badcock y Joseph Edwin, el carpintero naval.
El barco que los llevaba, el Ocean Queen, los dejó en la isla Picton a principios de diciembre y allí quedaron estos siete misioneros con solo dos lanchones cargados de provisiones, dispuestos para no volver a ver a otros compatriotas ingleses por seis meses, cuando se les traerían nuevas provisiones.
Solos en tierras desconocidas y rodeados de un mundo hostil que no comprendía tan loable misión, debieron escapar una y otras vez de isla en isla, viéndose perseguidos, perdidos en el mar a remo sin destino, saqueados y amenazados por los mismos a quienes deseaban predicarles del Salvador. Con mensajes en botellas enterradas e inscripciones en grandes piedras, de lugar en lugar dejaban sus rastros de esperanza ante la posible llegada de ayuda.
Aquel invierno de 1851 completaría las calamidades de los sufrientes misioneros que habían quedado sin alimentos. Uno a uno los compañeros de la travesía de amor fueron muriendo entre el hambre, el frío y las enfermedades; primero fue Badcock, un mes y medio después Erwin el carpintero, luego Bryant y Pearse.
El 29 de Agosto de aquel, su último año, Gardiner escribía su testamento “Si me fuera concedido un deseo para el bien de mis prójimos sería que el de la misión de Tierra del Fuego fuera proseguida con vigor… Pero el Señor dirigirá y lo hará todo porque el tiempo y las razones son suyos y los corazones están en sus manos…”
Williams y Gardiner fueron los últimos en despedirse de la vida ya inmovilizados. El 6 de septiembre, como todo gran capitán, Gardiner fue el último en abandonar la nave de la vida y se entregaba en las manos de Dios, aferrado a su último suspiro; dejaría registrado en las páginas de la historia el epílogo de su vida: “Por la gracia (del Señor) podremos reunirnos a aquella bendita muchedumbre a cantar alabanzas a Cristo por la eternidad. No tengo hambre ni sed, a pesar de cinco días sin comer: maravillosa gracia de amor, a mí, pecador…”. Al fin, en octubre llegó el barco “John Davinson” con la ayuda prometida, pero era muy tarde. Gardiner y todos sus compañeros habían muerto de hambre y frío.
Como animarnos ante conmovedora historia de vida y consagración a concluir en que aquellas vidas fueron derramadas en vano porque terminaron de tal forma o porque no se vieron los resultados esperados. Que diríamos entonces de aquellos testigos de la fe de Hebreos 11 que murieron en las peores condiciones; pero pasaron a la memoria inspirada por la fe que guardaron hasta el final.
No se trata de apretadas agendas ministeriales ni de ver resultados instantáneos. ¿Acaso no es a lo que Dios nos ha llamado, a guardar la fe y cuando nos referimos a tal declaración no decimos caminar en la voluntad de Dios aunque sea incomprensible en nuestros días y se constituya en una lección de vida para las postreras generaciones?
La expedición del Comandante Allen Francis Gardiner a Tierra del Fuego despertó el corazón de muchos de sus contemporáneos que descubrieron la necesidad de un mundo distinto. Si muchos Gardiner hubiesen escuchado el latir de Dios por los pueblos “del nuevo mundo” ¿no sería otra la historia que conocemos como colonización?
Referencia: http://conozca.org/?p=200 |