Por Sixto Porras.
Alguna vez escuché a un grupo de hombres hablar de sus últimas aventuras; de la forma en la que habían tenido que engañar para justificar su ausencia, o del coqueteo que había terminado en un romance. -Hoy nos veremos nuevamente- argumentó Carlos, refiriéndose a la segunda cita que tendría con la persona que había conocido la semana pasada. Esto implicaba mentir una vez más para ocultarse y volver a sentir el temor de ser descubierto, simplemente para vivir 30 minutos de placer. Placer, que una vez satisfecho, perdería su encanto. Él pensó que engañaba a su esposa, sin darse cuenta que el engañado era él mismo; no era ella la que debía de ocultarse, distorsionar la verdad o arriesgar la estabilidad de su familia.
Tiempo después lo encontré casualmente, su mirada era distante y su sonrisa se había apagado. “Me ocurrió” –dijo. Sorprendido le contesté- “¿perdón?” –“me ocurrió lo mismo, ella (su amante) se fue con alguien más joven que yo. Bueno yo tenía techo de cristal”. Él se refería a que, aquella aventura que tenía fragancia de pasión, lo había llevado a a vivir la decepción y el dolor del engaño. No solo había perdido lo que le había costado años construir… su familia, sino que quedó atrapado en la mentira de la infidelidad.
Todos dejamos a nuestro paso una fragancia que nos identifica, solo es necesario que convivan con nosotros para que la descubran al poco tiempo. La mejor de las fragancias que podemos dejar a nuestro paso es la de ser conocidos como personas leales, fieles, consistentes y de palabra.
Como caminantes debemos ser coherentes con la partitura que lleva nuestro nombre, porque se quiera o no, después de nosotros, será seguida por quienes nos aman y, sobre todo, por las futuras generaciones.
El mejor de los negocios que podemos hacer en la vida, es ser fieles, porque nos convertimos en personas confiables y vivimos en paz con nosotros mismos y con los demás. Por eso, es necesario recordar que el amor es más que un sentimiento, es más que una emoción pasajera, es un acto de la voluntad que se sostiene en el tiempo con valor, determinación, perseverancia, detalles y una buena dosis de comunicación. Es un acto de la voluntad que produce los mejores sentimientos, y que proporciona estabilidad y seguridad a la vida familiar.
Para ser fieles, no podemos confiar en nuestras emociones. El deseo por la aventura va a seducir; no podemos olvidar que la atracción sexual tiene la particularidad de distorsionar la realidad y ocultar las consecuencias negativas. Somos expuestos a una reacción bioquímica que ciega la razón y no nos deja ver los efectos que traerá el placer instantáneo.
Por eso, para alimentar la fidelidad debemos ser conscientes cada día de lo que estaría en juego si nos dejamos llevar por nuestros impulsos: lo primero que perderíamos sería la capacidad de amar, la seguridad del hogar, la paz interior, la confianza en las personas y la claridad en nuestra mente. La infidelidad nos lleva al camino de la mentira, a la culpa que daña, a comprometer las finanzas y a arriesgarlo todo. ¡No vale la pena ser infiel!
Así como hay que pagar un alto precio por lo que tiene un gran valor, igualmente, la paz interior, la felicidad de la familia y los votos matrimoniales son merecedores de nuestro esfuerzo y entrega. Nos casamos para ser fieles el uno al otro, para acompañarnos en las buenas y en las malas, en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza y hasta que la muerte nos separe.
Cuando soy fiel a la persona que amo, soy fiel a mí mismo, porque ¿quién es el que se tiene que ocultar?, ¿quién es el que tiene que mentir?, ¿quién es el que tiene sentimientos de culpa?, ¿quién es el que tiene temor? ¿No es acaso la persona infiel? Lógicamente toda la familia sufre y las víctimas más sensibles son los niños, pero quien pierde la paz, la capacidad de confiar y el respeto de los suyos es la persona infiel.
La fidelidad se protege asumiendo la responsabilidad de mis actos: Cuando soy infiel, soy el único responsable de la decisión que tomé. No podemos creer que alguien nos indujo, debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos.
- La fidelidad se protege manteniendo una buena comunicación con el cónyuge, siendo amigo de la persona que amo, cuidando los detalles, admirando y respetando.
- La fidelidad se protege resolviendo los problemas pendientes. No podemos esperar a que el tiempo sane heridas del camino, debemos pedir perdón y saber resolver nuestras diferencias.
- La fidelidad se protege al pasar tiempo a solas con la persona amada. El matrimonio se protege con pequeños detalles; el amor no crece solo, el amor se cultiva.
- La fidelidad se protege disfrutando la intimidad sexual, por eso, deléitese con la persona que ama; su amiga, la compañera de mil batallas, su esposa.
Un matrimonio que es fiel permite que sus hijos crezcan en un ambiente de seguridad emocional, donde se saben amados, valorados y apreciados, elementos necesarios para un buen desarrollo de los niños. Los hijos que han visto a sus padres respetarse y ser fieles el uno al otro, ven a la familia como el lugar al que siempre pueden regresar, les es más fácil respetar a sus hermanos, reconocer la autoridad y relacionarse con seguridad a la hora de construir su propio matrimonio.
Referencia: https://www.enfoquealafamilia.com/single-post/2017/09/15/El-Valor-de-la-Fidelidad-Parte-I |