Por Edgardo Muñoz
Una pregunta interrumpió la quietud de esa fría y húmeda mañana de clases en el instituto bíblico residente. El profesor, que casi se resignaba al torturante silencio de sus alumnos, cansados y somnolientos cobró aliento. ¡Por fin había muestras de vida en aquel grupo caracterizado por el entusiasmo! Aquella mano levantada prometía el inicio de un juego digno de las expectativas y excelencia del docente. Era hora que el fervor del maestro se contagiara. La pregunta, sin embargo, revelaba que la llama tenía más de pábilo humeante que de fuego: “¿Qué respaldo bíblico tiene la palabra ‘avivamiento’?”
Claro está que ningún seminarista ingresa con una teología del avivamiento desarrollada. Solamente sabe que el término se repite una y otra vez en las iglesias, en las campañas evangelísticas y, en especial, en los predicadores promotores del mover de Dios. Pero la pregunta sonaba más a desafío que a ignorancia. De no tratarse de un profesor experimentado en el tema, la materia no hubiese sobrevivido al incidente.
La definición castellana de “avivamiento” es: “Incremento de la intensidad, la fuerza o la vivacidad de algo”. Etimológicamente lo compone el verbo “avivar” que inspira la idea de animar, dar viveza y hacer que se encienda el fuego. Es dar vida. En relación con la iglesia, apela a la necesidad de que no se apague la llama o fervor. También se puede referir a darle vida y revertir todo proceso de extinción.
La historia de la iglesia cita diferentes eventos que sacudieron al mundo, después de los cuales el pueblo de Dios no fue el mismo. Algunas veces como respuesta a un intelectualismo devastador. Otras, luego de un letargo o apatía. A todos estos fenómenos se les llamó avivamiento, porque algún nombre había que ponerle y… ¿Qué mejor que un sustantivo metafórico que se relacionara con el fuego?
Pero la Biblia cita la expresión de manera literal o evidencial reiteradas veces. La segunda carta de Pablo a Timoteo, capítulo 2 versículo 6 aconseja al joven pastor que “avive” el fuego del don de Dios puesto en él por la imposición de manos del apóstol. En este caso, el vocablo griego anazoopyrein se traduce como “dar vida al fuego” y charisma, que se traduce como don, está relacionado con la comisión al ministerio que Pablo oficializó en Timoteo mediante la imposición de sus manos. En otras palabras, el apóstol recomendaba a su discípulo que ejerciera con fervor el ministerio encomendado por la pura gracia de Dios.
En el Antiguo Testamento, Habacuc llega al final de su profecía pidiendo que Dios avive su obra en medio de los tiempos. Al principio reprochaba al Señor su permisividad ante la injusticia. Cuando Dios le dice que había un tiempo para el castigo, y también un instrumento, que serían los malvados caldeos, Habacuc vuelve a quejarse. Entonces el Altísimo revela con mayor amplitud su plan, aludiendo a sus obras pasadas. En consecuencia el profeta, al comprender que los planes del Señor son siempre sabios, clama para que el Rey del universo resurja (avive) las obras pasadas, y así se dé a conocer su perfecta justicia.
La palabra hebrea hayah, traducida como “aviva”, se emplea innumerable cantidad de veces en el Antiguo Testamento en el sentido de revivir, dar vida, sanar, resucitar, recuperar y restaurar.
Definitivamente válido es el uso de la palabra avivamiento para la iglesia y para el ministerio. Podemos definir, entonces, al avivamiento como el estado del pueblo de Dios en el que se revitaliza y adquiere mayor fervor. Los creyentes se encienden y predican con denuedo el evangelio, salen de su timidez, superan sus temores y se sobreponen a la inercia del egoísmo.
Algo semejante a lo descripto podemos observar en Hechos 4, cuando luego de la primera persecución y aprehensión de Pedro y Juan la llama del Pentecostés parecía apagarse. Pero el oportuno clamor de los creyentes abrió las puertas a la intervención de Dios con su poder. Un avivamiento irrumpió en la incipiente iglesia, y el pueblo de Dios cobró ánimo. Pero sin lugar a dudas, el principal protagonista de este avivamiento, y de los demás, ES EL ESPÍRITU SANTO. ¡No existe avivamiento sin la intervención de la tercera persona de la Trinidad!
Por lo general advertimos que el revivir de la iglesia suele acompañarse de una serie de características.
La primera de ellas es el gozo, el entusiasmo y la vehemencia en la práctica de la fe. Los creyentes se identifican mutuamente con fuertes lazos y abundante amor. Como consecuencia de tal estado, se observa un mayor compromiso con la gran comisión. ¡Sería un absurdo arder en el Espíritu y no ser testigos de Cristo!
Cada vez que la gran comisión adquiere relevancia llegan los milagros y señales. Por algo Jesús, luego de enviar a sus discípulos a todo el mundo, les habló de las señales que seguirían a los que creen.
Frente a la actitud más agresiva de los creyentes, ocurre lo que debe ocurrir: las conversiones dramáticas aumentan. A su vez, esos nuevos convertidos ramifican el mensaje entre los suyos, y se multiplica. Esto da lugar a la segunda característica que consiste en un fuerte impacto en la comunidad.
No existe un avivamiento silencioso. Tampoco un avivamiento de puertas para adentro. El avivamiento se propaga, se extiende, quema a su alrededor, deja influencia. Lo ocurrido en Pentecostés hizo que los transeúntes se preguntasen qué quería decir todo aquello. Los primeros creyentes tenían todas las cosas en común pero no vivían en un gueto. Cada uno regresaba a sus casas y allí desperdigaban las virtudes recibidas. La sociedad no puede permanecer indiferente cuando un sector hace ruido. Los milagros, las sanidades, las vidas transformadas, los cambios en los hábitos y en la moral y tantos otros efectos de la irrupción espiritual hallan sus reacciones. A veces, las conversiones masivas amenazan ciertos negocios, como ocurrió con las tabernas durante el avivamiento de Gales. El perjuicio de algunos intereses conlleva a oposiciones de diversas índoles que no hacen otra cosa que divulgar más el mensaje y sumar exponencialmente la cantidad de creyentes.
Pero la tercera característica que identifica un revivir espiritual, tal vez sea la que da origen a lo demás: La intensa convicción de pecado. En la Corea de los años 50´s un diácono se puso en pie ante la congragación y, compelido por el Espíritu Santo, confesó públicamente sus faltas. Uno a uno le siguieron hasta que la iglesia entera se halló inmersa en la penitencia y búsqueda del Señor. El fuego no tardó en propagarse.
El Espíritu Santo da convicción de pecado. Los creyentes de muchos años, suelen estancarse y sumirse en una rutina de mera subsistencia espiritual. Pierden su contacto cotidiano con la fuente de santidad que es Cristo, y desvían su camino sutilmente. Un encuentro con Dios les confronta con su estado y les hace ver con gravedad lo que consideraban una insignificancia. La tibieza en la que andaban los volvía insensibles, pero ahora perciben su abominación y se abrazan a la gracia, porque, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Al que mucho se le perdona, mucho ama, y en agradecimiento y amor a Cristo se lanzan a servirle y a proclamarlo como nunca antes. A veces, la sensación del pecado agobiante contrasta tanto con el alivio del perdón que el cristiano renovado manifiesta todo tipo de estallidos emotivos que no hacen otra cosa que aumentar la curiosidad y el deseo de otros por recibir lo mismo.
Los avivamientos también incluyen agentes que cumplen determinadas funciones.
Hallamos a los promotores de avivamientos. Son verdaderos profetas de Dios que llaman al pueblo a dejar la complacencia y sumergirse en la búsqueda del Señor. A veces parecen excesivos y absolutistas, pero si deseamos calentar un recipiente de agua a determinada temperatura, la fuente de calor debe ofrecer una temperatura mayor a la que se pretende. Lo mismo ocurre si tenemos que empujar un carro de una tonelada. Necesitamos una fuerza mayor a una tonelada para moverlo. Difícilmente los prudentes y cuidadosos muevan a la iglesia de su inercia.
Los opositores del avivamiento pueden no ser enemigos, sino agentes reguladores que con sus argumentos ayudan a pensar. También polarizan al pueblo, ayudando a que, los buscadores de Dios se enfervoricen más aún, y también alentando a que los verdaderos enemigos se definan y tomen distancia. Los opositores sinceros suelen adherirse a la causa más tarde, mientras que los defensores de sus intereses egoístas quedan olvidados en el camino.
Los administradores del avivamiento sacan un buen provecho a favor del Reino, poniendo orden y dirección a lo que pasa. Nadie puede ser un buen administrador del avivamiento al menos que se meta adentro. Desde allí bendice y ayuda a hallar un sentido teológico a cuanta señal aparezca. Los pastores debemos ser buenos administradores de las visitaciones de Dios para que nada caiga en saco roto.
Nunca faltan los mercaderes del avivamiento. Desde los tiempos de la Didache se empleaba la figura de mercaderes del evangelio. Aquellas personas que se valen de lo que ocurre para obtener algún beneficio. Algunos de ellos emergen como maestros y enseñan dogmas enredados, otros escriben libros con puras vanidades que distraen del verdadero objetivo de un avivamiento. Pero cualquiera de ellos intentará sacar algún provecho personal, sea económico o de notoriedad.
Aquellos idealistas viscerales, cuando se hallan frente a un mover extraordinario, quisieran que se instale definitivamente y que aún vaya in crescendo. Los que nunca vivieron aquellos tiempos de gloria incorporan a su creencia de que un avivamiento jamás debería irse, y que si lo hace, es porque la iglesia fue negligente.
Pero los avivamientos se comportan como las olas de la playa. Vienen por tandas y se retiran… la superficie de la costa nunca es igual cuando el agua retrocede. Se llevan cosas y dejan otras cosas, algunas de ellas van y vienen, pero las rocas permanecen inamovibles.
Casi todo motor funciona por impulsos discontínuos, sea eléctrico o a combustión. El sonido es posible gracias a las ondas que forma en el aire. De la misma manera una pared sólo se horada con golpes o erosión con una superficie irregular. De la misma forma, un avivamiento irrumpe, desequilibra, purifica, enriquece y se retira. Llega el momento de preguntarnos qué hacer con lo ocurrido y cómo aprovecharlo.
Los avivamientos vienen y se van. Pero si fueron legítimos nos dejarán la siguiente riqueza:
Habrá más convertidos, iglesias más llenas, pero también más iglesias. Seguramente habrá más llamados al ministerio, y de entre ellos más misioneros que saldrán al campo. Hallaremos institutos bíblicos con más asistentes.
También veremos a más cristianos practicar el evangelismo personal. Otros, ya no serán los mismos de antes. Aumentará el grupo de santos íntegros que no se contaminan con este mundo.
Finalmente aparecerán más testigos de la gloria de Dios, que con sus relatos arrojarán sed en sus oyentes. Esta sed se transformará en la mejor predisposición y clamor a Dios para que llegue otro avivamiento en la nueva generación.
Necesitamos un avivamiento en cada generación, en cada continente, en cada cultura y comunidad. Como Habacuc clamamos: “aviva tu obra, oh Señor, en medio de los tiempos”.