Domingo Colihuinca Navarro fue un evangelista de origen mapuche, oriundo del sur de Chile. No sabía leer ni escribir y su mensaje era de lo más elemental que se pudiera oír, sin embargo era continuamente respaldado por la manifestación sobrenatural del poder de Dios a través de sanidades e incluso resurrecciones.
El Espíritu Santo había puesto sobre él dones maravillosos que dejaban atónitas a las personas que estaban presentes. Paralíticos caminaban, ciegos veían, muertos resucitaban… ¡Sin duda el Señor estaba con él! En algunos de los pueblos por los cuales el tren en el que iba pasaba, multitudes de personas bloqueaban las vías pidiéndole que se quede y ministre en su comunidad.
Antes de empezar sus campañas solía preguntar: “¿Cuántos hermanos bautistas hay en esta noche?”, quienes levantaban la mano y él entonces les daba una palabra de bienvenida. Luego preguntaba “¿Y cuántos hermanos metodistas hay aquí?” y nuevamente la salutación, y así con las otras denominaciones. Pero en un momento preguntaba “¿Y cuántos espiritistas hay aquí en esta noche?”, quienes también levantaban la mano esperando la salutación, sin embargo Don Colihuinca, con toda autoridad espiritual decía: “así te quería agarrar Satanás. Tráiganme a todos esos que levantaron la mano”. La batalla espiritual que se generaba era impresionante y Dios liberaba personas endemoniadas en cantidades, tras lo cual, una vez generado ese ambiente de libertad espiritual y señorío de Cristo, continuaba con el culto.
Allí no había preparación previa en cuanto a la alabanza ni programación de actividades especiales. Simplemente el poder de la Sangre de Cristo se manifestaba de una manera real.
En una ocasión, estando predicando en Ciudadela, Buenos Aires, había en la iglesia cinco paralíticos a quienes el Señor había sanado durante la reunión, corriendo dando vueltas por esos pasillos mientras él intentaba predicar. La gente saludaba a quienes habían dejado la silla de ruedas, entre risas y llantos de alegría, mientras Colihuinca los paraba cuando pasaban por delante de la plataforma para saludarlos.
Solía ser acompañado por un misionero sueco apellidado Johnson. El leía La Biblia para que Colihuinca pudiera explicarla; mientras lo hacía, solía quitarse su poncho indio, hacía un bollo con él y se lo tiraba a alguna persona, quien sea que recibiera el golpe del predicador mapuche, a quien no le faltaba una buena puntería por cierto, quedaba sano instantáneamente de la enfermedad que tuviera.
Había un hombre a quien llamaban “tío Beto”, quien tenía toda su piel enferma y llena de llagas, Colihuinca le tiró con el poncho, él fue al baño, se sacó la ropa y tenía la piel perfecta, completamente sana.
Hubo un caso impactante que demostró como el poder de Dios se manifestaba a través de Colihuinca Navarro. Viajaba en tren por la Patagonia y un joven, que tenía a su madre enferma de cáncer y en un estado casi terminal, cruzó troncos en las vías del tren para detenerlo. Lo logró, como en las viejas películas del lejano oeste. El muchacho subió al tren y habló con el predicador insistiéndole en que bajara y fuera a orar por su madre, a lo que el evangelista se negó porque tenía un destino donde lo esperaban en una campaña. El muchacho, impotente, forcejeó con él para llevarlo por la fuerza y, en ese tira y afloje, le arrancó un botón. Fue a su casa y lo puso sobre su madre, cuando ella hubo tocado ese botón quedó sana instantáneamente.
En otra ocasión un muchacho falleció y después de varias horas en la morgue del hospital la mamá del muchacho llamó a Don Colihuinca para que fuera orar por el cuerpo sin vida, y él fue, oró y el que estaba muerto resucitó, para testimonio del poder de Dios a los que estaban presentes.
Fue conocido también el caso cuando teniendo más de 90 años y viviendo temporalmente en la ciudad de Dolores, un pastor de Buenos Aires envió unos jóvenes de su Iglesia para invitarlo a venir, cuando llegaron y encontraron la casa trataron de explicarle el motivo de su visita y la invitación, Colihuinca les dijo: “esperen un poco”, entró en la casa y de atrás de la puerta sacó una valija ya preparada, se dirigió al auto diciendo: “Dios me había dicho que hoy me vendrían a buscar”.
No fue mucho lo que pudo enseñar en palabras, no era un instruido para eso, ya que no sabía leer ni escribir. Sin embargo dejó una enseñanza que hoy cobra una importancia notable: a pesar que su ministerio recibió muchísimas donaciones de todo tipo y valor, él nunca tomó nada para sí, hubo etapas en que no tenía donde estar y muchas veces lograba saciar su hambre orando para que Dios le proveyera comida de manera milagrosa, cosa que inevitablemente sucedía.
Colihuinca Navarro fue un evangelista de fe, a través de la misma Dios hizo incontables milagros, pero el aplicó a su vida esa fe, aprendiendo a vivir a diario dependiendo de la provisión de Dios. Todo un ejemplo y desafío para nosotros.
A los 105 años seguía firme en su ministerio de evangelista. Plantó alrededor de 100 iglesias en toda su vida. Partió con el Señor a los 110 años de edad no sin dejar una huella imborrable en la historia de los avivamientos de nuestra amada Argentina.
Personas como Don Colihuinca son los que han sembrado la “preciosa semilla” en nuestro país con lágrimas y mucho esfuerzo, para que nuestra generación hoy pueda recoger las gavillas con gran regocijo.
Es mi deseo que esta breve biografía les desafíe a procurar un avivamiento para su vida, iglesia y ciudad, tal como lo hizo conmigo.
Procuramos un avivamiento a través de la oración intercesora, santidad, unidad, pasión evangelística y llenura del Espíritu Santo.
* Recopilado y adaptado por Billy Saint