Autor: Walter Gunzelmann
Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo.” — Jeremías 29:11 DHH.
Uno de los peligros que puede dejarnos estos tiempos de pandemia es abandonar una de las herramientas más poderosas que Dios nos dio: ser una Iglesia que tiene un plan.
En estos días donde se requiere distanciamiento físico debemos tener en claro que no podemos ni debemos distanciarnos socialmente; la vida social de la iglesia es lo que nos hace una comunidad.
El plan incluye adherir a los protocolos y directrices de las autoridades nacionales de salud y ayudar a la gente a hacerlo también y no necesita ser largo, pero sí ordenado y, sobre todo, útil. Nadie planea fracasar, pero muchas veces fracasamos por no planear y en el mundo cristiano la falta de planificación puede suceder porque:
- Asumimos que el Espíritu Santo nos guía en el momento y no mediante la anticipación.
- Los planes se hacen a puertas cerradas y no se transmiten con claridad a puertas abiertas.
- Suponemos que las iglesias están solamente para ocuparse de los cultos y la vida espiritual de las personas, por ende no planificamos ninguna acción que tenga que ver con la gente fuera de las reuniones.
- Las acciones requieren recursos (por ejemplo, dinero) que no están disponibles a simple vista y entonces descartamos las ideas correctas antes de probarlas.
Para lograr alcanzar los planes que el Señor afirma tener —planes de bienestar y no planes de mal— debemos tener presente algunos principios importantes:
—ANTICIPAR
La Biblia está llena de historias en las que los líderes del pueblo de Dios se organizaron con estrategia para proteger a la gente. José pudo ofrecer alimento por siete años de sequía y Nehemías pudo construir un muro para protegerse de nuevas invasiones, por mencionar algunos.
—EVALUAR
Con el equipo de líderes que tengas a tu alrededor es bueno hacer un inventario de los recursos actuales de tu iglesia y pensar cómo podrían usarse para ayudar a los más necesitados ante los peores escenarios. Pensá en los más vulnerables de tu iglesia y de tu comunidad. Pedile a Dios que abra tus ojos a las diferentes maneras de ayudar.
—DESARROLLAR UNA ESTRATEGIA DE COMUNICACIÓN
El pánico no ayuda a nadie. Por fe, podemos actuar con el poder, el amor y la autodisciplina que emergen a través del Espíritu Santo de Dios en nosotros (2 Corintios 6-16, 2 Timoteo 1:7-9). Con su ayuda como nuestra guía para las comunicaciones de crisis, podemos aprovechar la ocasión para proporcionar información constante y de apoyo y que nuestra congregación sea un faro en la oscuridad. Por esta causa, tu iglesia debe abrir los canales de comunicación en este tiempo de COVID-19. Las palabras rápidas e imprudentes, aunque sean bien intencionadas, pueden dañar. Por eso, a medida que informamos a nuestras congregaciones y comunidades, tanto antes como durante una crisis potencial, le pedimos a Dios que nos brinde la sabiduría y los recursos que necesitamos para comunicarnos apropiadamente.
Proporcioná al personal de la iglesia, líderes y congregantes acceso al plan para que puedan comprender sus componentes y cómo actuar. Necesitan saber qué hacer con anticipación, no solo para superar un incidente, sino también para ayudar a aliviar el pánico y la ansiedad.
Aprovechá las plataformas de comunicación ya existentes. Como se señaló en esta guía, el mejor lugar para comenzar es de la manera en la que tu iglesia ya se comunica con el liderazgo y sus miembros.
Determiná cómo se comunicará la congregación con todas las personas que se ven afectadas directa o indirectamente por la COVID-19. En algunos casos, es posible que encuentres una brecha y, por ejemplo, necesites configurar nuevos textos grupales o servicios de mensajería para asegurarte de que todos sean contactados.
SERVIR A LA COMUNIDAD
Servir es siempre una gran oportunidad y la iglesia que lo hace, es siempre relevante.A medida que informamos a nuestras congregaciones también podemos comenzar a hacerlo hacia afuera, es decir a nuestras comunidades.
COLABORAR
Quien se encapricha con llevarse el crédito de ayuda durante una crisis, pierde. El crédito no importa durante la crisis y si tu congregación hace lo que es correcto y ayuda a otras organizaciones y colabora con el éxito de todos, luego de la crisis, el crédito llegará.
Las crisis son desafíos, pero también son oportunidades de mostrar a los gobiernos, las organizaciones intermedias y los no cristianos, que la iglesia no está para condenar y encerrarse en sus templos sino para ayudar. E incluso, las crisis son una oportunidad de mostrar nuestra compresión de que Dios no tiene un contrato de exclusividad con nuestro templo así que podemos hermanarnos con otras iglesias que también necesitan ayuda y, de hecho, allí es dónde comenzamos a colaborar en forma mancomunada.
—Primero trabajá con otras Iglesias
Trabajar con otras iglesias te permite establecer conexiones a nivel local, regional e incluso nacional o global. Estas conexiones te permiten compartir conocimientos y recursos y aprender de otros y ayudar. Hablá con otros pastores.
—Adaptarse y aprender
Las iglesias ofrecen un importante apoyo social que mejora la resiliencia, sin embargo, cuando se trata de emergencias de salud pública como COVID-19, esto puede poner a las iglesias en una región de brote de alta densidad en mayor riesgo.
Como lugares centrales de reunión, las iglesias necesitan pensar cómo los patrones típicos de unión ponen en riesgo a las personas. Por ejemplo, hay que revisar cómo las prácticas de adoración y los tiempos de saludo pueden necesitar modificaciones para limitar la exposición. Por ejemplo, preguntarnos: ¿Cómo podemos hacer que la comunión sea más higiénica mientras ministramos espiritualmente a las personas? ¿Cómo podemos alentar a los que no se sienten bien a quedarse en casa y al mismo tiempo seguir congregándose?
En estos tiempos de crisis no sólo tenemos un Dios que ya tiene los planes para nuestras vidas e iglesias sino que también podemos ser como un faro en la oscuridad y en donde nos toque ministrar, hacer real el plan de Dios y también bendecir a la comunidad que integramos.